lunes, 29 de enero de 2007

Esto no sale de aquí (Parte I)

Y dicen que las despedidas de solteras ABC1 son una lata. Que el vedetto no se saca el taparrabo, que las niñas se mueren del asco frente al meneo del travieso, que los regalos para la novia no son más osados que un uslero.

Las pinzas. Pregúntenle no más a Carlita Guatero cómo le quedó la micro carretera tras el huracán de rucias que recogió el sábado en Las Condes. Si pensó que por ser diez no más la cosa iba a ser pan comido, pues… ¡toma, cachito de goma!

Lástima que Carlis no se haya quedado para lo mejor: las historias de sexo “esto no sale de aquí” de las participantes. Las habría gozado, creo. Yo al menos supe estrujarme de la risa.

Aquí va una de mis preferidas:

Pato siempre le movió el piso a la Coté. Deportista, con facha de galán de cine gringo, y más canchero que un pavo real, no pasaba desapercibido en el colegio. Grandes y chicas morían por él. Por donde pasaba, dejaba una estela de baba femenina apozándose en el suelo, y bocas peligrosamente abiertas ante las moscas.

La Coté era su fan nº1. Se fijó en él en 5to básico, cuando Pato era de los bakanes de Primero Medio. A ojos de él, ella no era más que una niña enjuta de rodillas sobresalientes, que se ponía colorada si se lo topaba en los pasillos y que chillaba con sus amigas si Pato le dirigía la palabra. Para ella, en cambio, él lo era todo. El hombre que poblaba sus fantasías de pre púber y que la mantenía dibujando corazones e iniciales en sus cuadernos cuadriculados.

Por eso, la Coté lloró mocos y sangre cuando Pato egresó. Era el fin de los recreos en que se quedaba absorta mirándolo, viendo cómo chuteaba la pelota de fútbol. Habían pasado casi cuatro años, pero ella siempre se había mantenido fiel en su elección.

Supo por profesores y otros contactos que Pato había entrado a una universidad privada a estudiar Comercial. El recuerdo de él se esfumó de a poco, resucitando de vez en cuando con alguna noticia –el mundo es un pañuelo, lindos. Pololos vinieron, pololos siguieron, y con el tiempo la Coté egresó de arquitecta.

Entonces se encontró a Pato en una fiesta. Lo reconoció de inmediato, y la cuchara le saltó a mil otra vez. Estaba tanto o más rico que como lo recordaba. Esta vez, le conversó como una adulta y al final de la noche, él le pidió el teléfono.

A la semana siguiente, la Coté vestía pantalones, blusa y chaqueta nuevas. Las tenía todas para arrasar: maquillaje de salón, pelo de comercial, lencería de prostituta, actitud de winner. Pato llegó puntualísimo, exudando Carolina Herrera 212 y con más cancha que un estadio.

Antes de terminar la velada en Borde Río, ya se habían besado. La Coté estaba en el mejor de sus sueños y no iba a despertar hasta completarlo. Partieron al departamento de Pato. Como era de esperarse, el colmillo crecido de la Coté no estaba para aguantar más alargues. Atacó directo y caliente. Cada luz roja era sinónimo de lenguas y manoseos.

Llegaron al estacionamiento echando humito. Sin pensarlo, le abrió la camisa y lo besó largo y húmedo sobre el pecho. Bajó hasta su cinturón, y lo desabrochó. Él gemía por anticipado. Desabotonó el pantalón, y bajó el cierre. Lo que se sentía potente y duro sobre la ropa, lo era aún más en su mano. La Coté desenvainó y se acercó al miembro con la boca semi abierta. A mitad de camino, se detuvo. Un olor nauseabundo salía de la entrepierna de su galán. “Como roquefort podrido”, precisó en la despedida. Tuvo que aguantarse las arcadas.

Fin del sueño. La Coté soltó a su presa –literalmente-, y se bajó del auto con la blusa todavía desordenada. No se dio vuelta a esperar la reacción de Pato y, apenas pudo, detuvo un taxi y se devolvió a casa.

Chiquillos, por favor, ¡limpien bien sus gracias! El jabón no le hace daño a nadie.

sábado, 27 de enero de 2007

El hombre que yo amo

Estiro mi desnudez sobre la cama, y sonrío feliz. Boyfriend se encuentra a mi lado, también en cueros, riéndose solo y sudoroso. La botella de champaña está intacta, el agua del jacuzzi apenas ha subido de nivel, y el babydoll blanco y virginal no ha salido de mi cartera –bendita moda de bolsos grandes-. Nuestras prendas son trapos revueltos en la cocina, donde unos minutos atrás buscábamos copas para crear ambiente.

- Hace tiempo que no hacíamos esto- le digo con humor. El corazón todavía me palpita acelerado, y mis pezones se mantienen tensos.

- Hace exactamente cuatro días –puntualiza él con precisión científica, siguiéndome el juego-. ¡Me tenías con el agua cortada!

Suelto una carcajada sonora, de cantinera. Él gorjea una risa. Le tomo la mano y entrelazamos nuestros dedos, que laten al mismo ritmo.

En ese momento, Sr. Balón se aparece extrañamente por mi mente. Coletazos de tanto postear, tal vez. Hace mucho que ya no me importa, y hace mucho que lo dejé. Ahora es historia de humor, de happy hour, de reunión entre amiguis. Porque ahora tengo a Boyfriend, un hombre que es –perdonando el cliché a lo Myriam Hernández- lo mejor que me ha pasado.

Que, amorosos, es mío, mío, mío.

viernes, 26 de enero de 2007

Enviar a un amigo

- Lo que pasa, Marilú, es que el sexo contigo es tan intenso que quedo agotado y no alcanzo a recuperarme al otro día para una nueva ronda.

Miré a Sr. Balón con más incredulidad que furia, que ya por sí sola me estaba retorciendo los interiores como llave inglesa. Lo había tratado por todos los medios diplomáticos existentes. Había recurrido a todo tipo de insinuaciones. Me había mostrado dispuesta a conversar y enfrentar juntos el dilema. Papel en mano, hasta le había trazado un esquema para que no subsistieran dudas.

Quería sexo. Al. Menos. Tres. Veces. Por. Semana.

- A mí también me encantaría hacerlo más seguido, pero el trabajo me tiene agotado, entiéndeme. ¡Tan apasionada que me salió esta niña!

Y su vista se quedó pegada en el partido que estaban transmitiendo –repetido, of course- por la diminuta pantalla del pub. Ni con un par de piscolas iba a conseguir mi acometido esa noche. Ni a la siguiente, amorosos. Solo el sábado por la tarde su miembro se erigiría en todo su esplendor, resucitando como Jesús Cristo de su tumba. Devota, le prendería velas y le rezaría un Padre Nuestro antes de llevármelo a la boca. El Amén, eso sí, no podía asegurarlo.

Me hastié. No sé tejer, y un año ya era más que suficiente para esta Penélope.

Al día siguiente, todavía humeaba frente al computador de mi oficina. Pensé en sus evasivas para enfrentar el tema, y en la falta de sexo. Pensé en sus jocosos comentarios sobre mi exceso pasional, y en la falta de sexo. Pensé en sus mapas futurísticos con nuestras vidas archi planeadas, sin error posible. Pensé en su afán de opacar mis opiniones, de cambiar mi cuerpo, de sugerir vestuarios exhibicionistas para lucirme frente a sus amigos. Pensé en su eterna excusa de estrés laboral. Pensé en su desfachatez de pedirme una excursión por la vía trasera. Pensé en todo lo que me molestaba de la relación. Pensé en su vida mal enfocada, sus absurdas prioridades, su egocentrismo.

Y, por supuesto, pensé en la falta de sexo.

Entonces hice clic en el botón “Enviar a un amigo”. A diario, y durante una o dos semanas previas al Big Bang, le mandé documentos y artículos de todo tipo sobre frecuencia sexual y su impacto en la pareja. Antes del sobre azul, quería dejar bien en claro que un ritmo de tres al mes no era normal a los 25 años.

Lo inevitable llegó solo, y le comuniqué el finiquito con la respiración entrecortada. Muy serio, me miró a los ojos antes de contestar:

- Me gustaría saber por qué.

Quería escribir sobre esto más adelante, para no enlodar tanto la imagen de Sr. Balón. Todavía quedan aristas que aclarar, pero creo que dejé resuelta la inquietud del “qué hiciste con él” que surgió con el post anterior. No fui la mejor estratega en el tema, pero el pasado ya es pasado.

lunes, 22 de enero de 2007

Empate a cero (sin penales)

Sexo, lujuria y romance. Esa era la consigna cuando partimos a la playa con Sr. Balón -al menos, la mía-. Llevábamos nueve meses pololeando y por primera vez nos estábamos pegando una escapadita los dos solos. No family & friends permitidos. Ñaca ñaca.

Me había encargado de todo: el hotel estaba reservado, el mapa dibujado, la lencería empacada. Lo más difícil había sido acordar fecha: no, ese fin de semana no porque tengo pichanga, el próximo también, el que sigue es la final de la liga, el otro voy al estadio, y ese… bueno ya, ese puede ser.

Y era. Subí el volumen de la radio mientras enfilábamos a la costa, coqueteándole con ganas a Sr. Balón para hacerlo olvidar el estrés laboral que lo perseguía desde siempre, y riendo para callado mientras pensaba en la sorpresita que le iba a dar para compensarlo por el “nada de fútbol” que le había impuesto para esos dos días. Exclusividad absoluta, cariño.

Llegamos a puerto ese viernes en medio de sus gruñidos por un extraño cascabeleo del cacharo. Acusó preocupación automovilística durante las dos noches que siguieron y durmió a pata suelta la tarde completa del sábado, mientras yo miraba el mar desde el balcón, luciendo mi camisola de encaje damasco a los transeúntes que quisieran apreciarla. De la consigna quedaba el puro recuerdo.

Domingo después de almuerzo, la situación era de pánico. Ahora o nunca, pensé. Opté entonces por sacar mi última carta bajo la manga, y despertar sus instintos más bajos y pecaminosos. Me encerré en el baño.

Cuando salí, tenía puesto un nuevo babydoll de transparencia negra. Apoyé mi brazo derecho en el marco de la puerta, cargándome estratégicamente para destacar mi figura. Posé la otra mano en mi cadera, tal como había practicado en casa antes de salir, y esperé a que levantara la vista. Tras unos segundos, sus ojos viajaron del televisor a los bordes de encaje rojo que adornaban mi vestuario. No sé si alcanzó a divisar el diminuto colaless que se traslucía, porque acotó casi de inmediato un “te ves linda”, acomodó su cabeza sobre la almohada, y cerró los ojos. No tuve tiempo de llevar a cabo mi paso felino hacia la cama, porque antes de llegar a las sábanas, él ya roncaba.

Solo despertó media hora más tarde con un llamado a su celular. Los ojos le brillaron. “Nos vamos”, me dijo. Su hermano tenía entradas para el estadio, y si nos apurábamos alcanzaba a llegar justo a Santiago.

Camino a la capital, elegí el silencio. Sr. Balón subió la radio y comenzó a cantar. Cada cierto tiempo me daba pellizcones y palmazos en los muslos al ritmo de la música, mientras yo hacía el recuento mental del fin de semana: “Babydoll nuevo: 1; Pololo: 1; Paseo a la playa: 1; Goles: cero”.

Algunas cosas, definitivamente, no tienen precio.

jueves, 18 de enero de 2007

Esas fantasías

“Holaaa”, saluda chispeante mientras asoma su cabeza entre la cortina de baño. Le hago espacio y tomo la ducha teléfono con una mano. En la otra, pongo jabón líquido. Los espejos se empañan. Boyfriend me acaricia suave y espumoso. Le devuelvo chorros de agua por el espinazo. Él gime. Yo me excito. Me voltea y le entrego mi espalda. Su cuerpo se acopla, las caricias se intensifican y ya no aguanto más.

Me dobla hacia delante. Apoyo mis manos en las baldosas, y... noc. Mi rodilla suena hueca cuando se azota contra el piso de la tina, con mi peso a cuestas. Mis palmas jabonosas me recuerdan tarde el peligro de resbalar. Me brotan lágrimas de risa y dolor, y Boyfriend jura que quedé coja por el resto de mis días. Hasta aquí llega la función, lindos.

Por creerme sexy. Por dármelas de protagonista de cine porno. Por llevar a cabo otra más de las fantasías que el imaginario colectivo promociona a ultranza. Por no pensar en los inconvenientes de los escenarios “oh sí, dame más” de un cuantay mediático y social.

A saber:

1. La lavadora: Me pregunto, Javiera querida, cómo te quedaron las nalgas después de esa fogosa escena con Boris –que espero por tu bien solo hayan grabado una vez-. Las vibraciones de la máquina en marcha, hay que reconocerlo, tienen su qué se yo, pero despertar al día siguiente con un trasero que no es de acero pero sí lo asemeja en color, no es chistoso. Menos, si el recuerdo en cuestión no solo luce una tonalidad oscura, sino también una leve hinchazón que te palpita cada vez que quieres sentarte.

2. Polvo acuático: Llámese tina, jacuzzi, piscina, lago o mar. Cualquier medio que implique sumergir a los combatientes, entra en esta categoría. Independiente de la temperatura del famoso vital elemento, hay que aclarar: el agua no es lubricante. Todo lo contrario. Consumar bajo burbujas no solo es molesto, y a veces hasta doloroso o meramente imposible, sino que puede resultar en sonidos dignos de Bob Esponja o Nemo. Más hilarante que sexy.

3. Contra la pared: Sexo rudo, improvisado, espontáneo, caliente. Grrr. Del estilo “aquí te pillo, aquí te mato”. Una idea lubricante y con más grados que un Capel de 40, aliñada con la adrenalina del nos van a pillar. Todo perfecto, salvo el no despreciable detalle de la pared misma. Fría, fría a morir, nos deja con la espalda o pezones escarchados. Y qué decir de las texturas granuladas tan comunes. Si no te araña tu pareja, te araña la pared. ¿Solución? Dejar la polera bien puesta, amorosa.

4. Al suelo, baby: El colchón está lejos, o la cama te botó. Como sea, te pillas rodando por las gélidas baldosas del piso de la cocina –ver punto anterior-, o revolcándote por la alfombra. Y sí, podrá ser más suave y calientita en comparación, pero no es apta para alérgicos. Los ácaros arman fiesta entre los tejidos, amorosos, así es que aconsejo arrimarse a las sábanas. No se queje después si anda moqueando o con la piel enronchada. Está prevenido.

5. De resort: Será el aire de vacaciones que genera cierto mobiliario, o el instinto perverso de encochinar lo lujoso, no sé. Pero tirar en el borde de la piscina deja las huellas del granulado antideslizante. La mesa de pool, en tanto, deja una garrotera en la espalda que te la encargo -eso, si resiste los embates de dos cuerpos donde descansaba antes la bola ocho-. Los juegos en el bar, por otra parte, suman al serio inconveniente de tránsito público, el estar rodeados de copas y vidrios que pueden quebrarse al primer vaivén.

Así, puede que el lugar más seguro para los encuentros carnales sea la nunca bien ponderada cama. Ahora, en probar no hay engaño, y lo que no nos mata nos hace más fuertes.

Aunque mi rodilla grite lo contrario.

lunes, 15 de enero de 2007

El caminito de tierra

Hace un par de meses, me decidí. Para no correr riesgos inmediatos, esperé a que hubiéramos terminado nuestra libidinosa sesión de viernes por la noche, y largué la pregunta que rondaba hacía semanas en mi entrepierna:

- ¿Te gusta el sexo anal?
- No sé, ¿a ti?

Lo pensé unos segundos. Mi única incursión por la puerta trasera había sido años atrás, auspiciada por Mr. X. Para entonces, y recién iniciada en las luchas cuerpo a cuerpo –con él, por cierto-, no conocía ni de oído los gajes del oficio anal. Le di el vamos con toda la ingenuidad del mundo, apenas lo insinuó.

De eso, solo recuerdo una embestida directa y un agudo dolor que me hizo chillar como becerro, primero, y enmudecer en sudor frío, después. No sé si me fui a negro o el martirio duró poco, pero apenas me liberé del peso de Mr. X, partí al baño jurando no volver a pasar por algo así en mi vida. Los pololos que siguieron después se quedaron sin verle ese ojo a la papa, a pesar de las insistencias y ruegos.

Por eso, cuando Boyfriend contrapreguntó, le susurré un “no sé”. No había veredicto posible de mi parte con una experiencia tan única y lejana, y Mr. X no iba a definir mi futuro en esas lides.

En todo este tiempo, y a diferencia de otros, Boyfriend nunca me ha pedido nada entre las sábanas. Por eso, me armé de valor y lancé la pregunta sin rodeos, con el corazón a mil y las tripas trenzadas en nudos ciegos. Su dedo llevaba meses explorando mi ducto irregular, consiguiendo, quién sabe cómo, que la gracia no solo me agradara, sino que además subiera mi temperatura corporal a grados nunca antes vistos.

Pasó una semana desde mi insinuación. Fueron días en que me esperaba un “ahora ya” de parte de Boyfriend, pero nada. Me lo imaginaba despertando una mañana y sugiriéndome coqueto un “Esta noche podríamos…”, pero no. No hubo previas ni menciones al tema hasta que, después de una ronda de tragos en un bar, volvimos a casa con los ánimos caldeados. Las prendas volaron. Los juegos previos se agotaron. Quedé tendida sobre mi estómago, con Boyfriend en la retaguardia. Quise entrar en pánico pero el alcohol me amortiguó. Cerré los ojos para una acometida escalofriante, pero sentí un dedo jugar en la zona de batalla, presionando con variada intensidad. Empecé a relajarme, y pronto fueron dos los dedos rondando la apertura del caminito de tierra.

Pasaron 30 minutos. Comencé a disfrutar, y mi humedad creciente me delató. Boyfriend se acomodó y sentí cómo se introducía suave y sin prisas, alejado de todo recuerdo de Mr. X. Nuestras respiraciones se tornaron rítmicas, y su penetración se volvió más honda e intensa. Sentí placer.

No sé cuántos minutos pasaron, ni hasta dónde me penetró. Solo sé que no llegamos hasta el final. Balbuceé un “no doy más” y él se retiró.

- ¿Te gustó?, le pregunté.
- Mucho, ¿y a ti?
- También, le sonreí sincera.

Definitivamente, y de a poco, habrá una próxima vez.

jueves, 11 de enero de 2007

Con la luz apagada

A la Magda la conocí en una antigua pega. El día que se presentó a la oficina trajo consigo un metro 75 encumbrados en tacos Gacel y una cartera italiana concho de vino –traída personalmente de la península, of course- que todas le manoseamos automáticamente con instinto maternal. Su llegada fue el inicio de una semana de tortura mental, mutismo y autoflagelación.

Durante días me negué a dirigirle la palabra más de lo necesario. Durante tardes, solo hablé en mi dulce hogar sobre mi nueva compañera “sacada de un catálogo de modelos, la desgraciada”. Hasta que el impacto inicial se diluyó y tuve que aceptar a convivir con esta Linda Evangelista criolla, para más remate inteligente, carismática, con título universitario humanístico-artístico, conocedora de política, y progre. Damn it. Ni siquiera la podía pelar por UDI o pechoña. Sí, tal vez, por tener una lista de virtudes más larga que rollo de papel higiénico, que finalmente terminó por conquistarme y me hizo incluirla en mi círculo de amigas más cercanas.

Es que, lindos, entiéndanme. No todos los días llega la mina perfecta y con más estilo que la Vogue a compartir oficina con una. A su lado parecía –corrección: parezco- un orangután. En fin. Peor es comer lauchas, dicen.

El entonces pololo de doña Magda era un exitoso abogado con apellido de vino, guapo, por supuesto, y amante de los caballos. Sí, amorosos, esta clase de gente sí existe. Antes de casarse –porque ya son marido y mujer, tras una fiesta muy comme il faut de más de 500 invitados de porcelana-, ya tenían relaciones. Qué espanto, ¿no? Magda estaba transgrediendo los principios más férreos de su ex Villa María Academy.

Entre conversaciones femeninas, Magda un día soltó la pepa. Vaya a saber una por qué el sexo se cuela en diálogos con pisco sour. Muy en su estilo de lady innata, relajada y chic, me comentó que ella prohibía a Matías prender la luz mientras se llevaban a cabo sus encuentros. Porque qué vergüenza que me vea el poto y la celulitis, Marilú. Y cuando me paro al baño, camino a lo Michael Jackson, para atrás.

Visualicé entonces mis propios revolcones y andanzas. Mis encuentros “aquí te pillo, aquí te mato”, con más luz que arena de circo. Mis andanzas por doquier a calzón quitado y con the real piel de naranja a cuestas, sintiéndome igual el hoyo del queque con la cara de Boyfriend frente a mis improvisadas danzas del vientre. Nuestras persecuciones en trajes de Adán y Eva, zangoloteando estrías e imperfecciones diversas entre carcajadas.

Miré a la Magda en su esplendor de pasarela y no me la creí. Simplemente, plop.

lunes, 8 de enero de 2007

Viva sano: uno al día

Qué dirían en mi ex colegio si lo supieran. La directora, probablemente, se encogería aún más dentro de las amplias cuencas de sus zapatos. ¡Qué más se podría esperar de la niñita que se declaraba atea en séptimo básico y rebatía cada argumento de la clase de catolicismo!

Es que es tan rico pues, Miss.

No puedo evitarlo: los pensamientos pecaminosos brotan como margaritas en mi cabeza – no, no como callampas, no sean ordinarios, por favor-. La cosa sesual me hace señas y guiños mentales cada hora, si estoy ocupada. Si no, bueno, calculen. Algunas de estas ideas me dejan prendida como antorcha olímpica durante tardes completas, y las agito y resucito hasta que llega otra mejor calificada para ocupar su lugar.

Sí, yo tampoco sé cómo produzco en el trabajo con esta mente de alcantarilla. Gracias a Dios, tengo a Boyfriend dispuesto como buen scout que ha sido toda su vida. Basta una mirada y el banquete está servido.

Es que, lindos, sin un orgasmo diario me idiotizo. Es algo tan necesario como cualquier otro ítem de vida saludable. De hecho, debería estar especificado en los manuales: tres porciones de fruta al día, 30 minutos de ejercicio, un orgasmo. Y se asegura una travesía por esta Tierra con menos achaques y estrés, y mayores cuotas de felicidad.

Si por algún motivo Boyfriend no auspicia, entramos a picar a mano. A veces es la forma más eficiente y rápida de conciliar el sueño y el ánimo. A veces, incluso, se realiza trabajo manual antes de ver a Boyfriend. Nada personal, pero en cierta variedad está el gusto.

Es entonces cuando dejo que las historias atrapadas en mi cabeza fluyan y cobren vida propia, para espanto de los predicadores de ese establecimiento que me albergó tantos años y a los que seguro se les caería el pelo de enterarse de las sazonadas tramas que aliñan mis trilogías imaginarias.

Qué vamos a hacerle. No todo producto egresado de una institución virginal, devota y privada sabe a gelatina light de limón. A algunas nos gusta el ají, aunque usted no lo crea.

jueves, 4 de enero de 2007

Bendito calor

Los menjunjes afrodisíacos me dan risa. Que los mariscos, que el vino tinto, que las velas. Que las sales de baño, que lencería animal, que masajes con aceite de almendras.

No que no los haya usado, esos y muchos más. In fact, el trajecito Playboy de encaje negro y orejitas blancas está bien al alcance de la mano en mi velador. Él, y la boa de plumas negras y las cremas aromáticas, que a veces se abren y dejan una pasta perfumada en las esquinas del cajón triple X.

Nada de eso, Viagra incluido, le llega a los talones a un buen termostato marcando 30ºC o más. O sea, la ola de calor que nos azota este enero es una bendición, lindos. Por más que uno se escude en aires acondicionados diversos, es inevitable transitar por zonas de impacto tropical, y sudar como chancho antes de arribar a cualesquiera sea el destino.

Qué mejor estímulo que ese. El que no caiga persuadido, allá él y mis más profundas condolencias para su partner de sábanas. El calor está diciendo, lolitos. Está pidiendo a gritos que nos amemos por sobre, bajo y al costado de todas las cosas.

¿Un vinito para distender el ánimo y aplacar inhibiciones? Con 34ºC, no hay ropa que alcance a cruzar la puerta de la morada. Pregúntenle a Boyfriend, que es amante piluchístico de pasear su humanidad al fresco para evitar los bochornos. ¿Una tinita o jacuzzi para entrar en calor? Ya lo dije: ¡hacen 34ºC! ¿Accesorios de encaje o felpudos? Lo recuerdo: la ropa no llegó al dormitorio.

And so on. Nada, absolutamente nada es necesario para subir la temperatura corporal. Viene cargada y reloaded con el calor externo. Los poros ya están abiertos, las inhibiciones olvidadas junto al vestuario, la sangre palpitante, y cada músculo del cuerpo, dilatado. Así no hay más que hacer, que hacerlo.

Y pido disculpas por haber tardado tanto en escribir. Es que estaba, justamente, haciéndolo. Cada día y cada tantas horas.