viernes, 6 de abril de 2007

No hay libido

Advertencia: La lectura de este texto no produce risa ni cachondez.

Sé exactamente lo que pasa, lindos. Soy un maldito número más en las estadísticas que adoran los sociólogos y periodistas de tendencias. De esas cifras que, horror de los horrores, hablan de falta de deseo.

Es que no me dan ganas. Sé que las chiquillas me entenderán y los hombres se agarrarán la cabeza a dos manos maldiciendo a los medios, los dilemas femeninos y el síndrome pre menstrual. Pero, amorosos, es lo que hay.

Los michelines de las vacaciones no se han ido y el espejo me escupe todos los días mi falta de sensualidad. Los pantalones me estrujan en zonas indebidas y me obligan a caminar como pato, y las veladas románticas al brindis del sour siempre terminan con el botón superior desabrochado por el empuje abdominal. Los andares felinos con los que me gustaba jugar, ahora no son más que incómodos paseos tratando de desenterrar la lencería de las profundidades traseras, y así, excavando en el quetejedi, no hay coquetería que se mantenga a flote.

Boyfriend me asegura cada dos horas que me encuentra más rica que una chorrillana, pero la comparación con un plato chorreante de grasa no me pilla de humor para recibirla con gracia. Si tenía mi envoltorio bien asumido hace unos meses, hoy me siento prisionera de un cuerpo que no es el mío, y que se ha convertido en la materialización del escaso control que tengo sobre mi vida.

Para evitar la autocompasión, entonces, es que me inscribí al gimnasio. Tres años sin aeróbicos no debería haber sido tan doloroso, considerando el ritmo de ese otro ejercicio que sí ejercía con frecuencia, pero lo fue. Métale abdominales y sentadillas y martirios diversos. Todo para recuperar una figura que sigue a la deriva y a la que se suman ahora calambres y dolores invalidantes a la hora de jugar bajo las sábanas. No me pidan que levante ni el dedo gordo del pie, que se viene el grito.

De momento no le veo la salida a este círculo vicioso, aunque el éxito profesional no me vendría mal. Una estrellita para coronar el esfuerzo, y de paso recuperar el ánimo que domina mi figura y mi intimidad. En un mundo de apitutados sin méritos, tal vez sea mucho pedir.

miércoles, 7 de marzo de 2007

Tócate para mí

Te miro desnudo sobre mi cama. La cubierta blanca está revuelta, salpicada de vellos oscuros que han caído de tus piernas, tu pecho, tus brazos. Sonríes con los ojos cerrados, una mano sobre tu abdomen enrojecido y palpitante. Todavía hay chispas de sudor en tu cuerpo y una mezcla de olores en el aire. Estuvo rico.

Me volteo para verte en detalle. Quedo apoyada sobre mi lado derecho. Debería hundir los abdominales para lucir sexy, tal vez, pero los propósitos son otros. Sonrío de tan solo pensarlo, con mariposas revoloteando como epilépticas en mis entrañas. Respiro y no me atrevo. Te miro otra vez, y estiro una mano para tironear suavemente esos pelitos que se enroscan en tu torso.

Eres rico, muy rico. Vuelvo a tomar aire, y ahora sí. Me gustaría ver cómo te tocas, te pido. ¿Hasta el final? Sí, hasta el final.

Entonces pasan los minutos y aguanto expectante. Hasta que una de tus manos baja, y comienza el juego suave, muy suave. Mientras, trato de retener los ritmos e intensidades que te han erguido y entrecortan tu respiración. Quiero dejarte solo, pero un conocido calor empieza a hormiguear por esa zona que llaman bajo vientre. Te beso en el cuello y en el lóbulo de la oreja. Con esfuerzo mantengo las caricias en el pecho y no más allá.

De reojo, no me pierdo tus movimientos. Ahora son más rápidos y firmes, con breves pausas en que oprimes cuidadoso. Me tengo que aguantar los gemidos que salen de tu boca.

Terminas.

Nos miramos. Tú me miras y te ríes: Después te va a tocar a ti.

viernes, 2 de marzo de 2007

Póngale nombre

No solo volví bronceada y con así la vena de mi viaje con las niñas. Llegué a suelo chileno con el sobrepeso de una pregunta surgida durante los primeros días de arena y sol, y que ya amenazaba con transformarse en duda existencial. Por eso, apenas salió humo blanco del reencuentro con Boyfriend, solté la papa que me estaba quemando los sesos hacía rato:

“Bueno, y entonces, ¿cómo vamos a bautizarlo?”

Porque resulta que al bendito también hay que ponerle nombre, amorosos. Me enteré de la gracia en plena cultura chupística, cuando una –parece que fui yo- sugirió un “calificativos con que se conoce al pene, como por ejemplo, pene”. La lista es larga y sabida: pico, pichula, pichulón, callampa, miembro, el niño, tula, dedo 21, soldado, pinga, verga, obelisco –apodo que me vetaron injustificadamente-, hongo atómico, el cóndor, y otros tantos que pasaron raudos por nuestras boquitas de princesas. Hasta que las ideas se pusieron borrosas con el alcohol y la Xime se atrincheró en su intimidad:

- Bob.
- ¿Bob? Sale, qué chamullenta.
- Así le digo yo cuando estoy con Diego.
- ¿Bob, por Bob Esponja? ¿Le dices así por lo blando?
- Qué te ríes, si es de lo más normal ponerle nombre. Te da más intimidad.

En vistas de la intimidad, entonces, es que hemos comenzado una ardua búsqueda para bautizar al regalón. De momento, solo tenemos descartes. Y es que me niego rotundamente a ponerle Rogger, in memoriam al conejo de infancia de Boyfriend. Está bien jugar a las metáforas, pero imaginarme en pleno acto a un orejudo ingresando a su cueva, nones. Por extensión también quedan fuera de ronda Lano, el gusano, o Sansón, el culebrón. Cualquier otro aporte es bienvenido e ingresa automáticamente a la lista de posibilidades.

De paso, la niña también recibirá su mote de rigor. Un alias independiente, y no sujeto a su partner masculino. El poco asertivo “Bobita” con que Diego bautizó a la sonrisa vertical de mi amiga no es ejemplo a seguir, lindos. La vulva tiene sus propios derechos, entre ellos, un nombre propio y digno.

Así es que chiquillos y chiquillas, los invito a ser parte de este rito bautismal.

lunes, 19 de febrero de 2007

Destino tropical

Tres chicas guapas, playa, sol y palmeras. El traguito con limón en la mano, los mulatos paseándose en paños menores por la arena blanca...

Sí. Nos vamos en exclusivo tour de niñas. Apenas alcancé a aterrizar medio día en la ciudad de la eterna contaminación, y ya me las emplumo otra vez. Habráse visto semejante descaro vacacional.

El corazón sigue perteneciendo a Boyfriend, así es que nada de fantasías por cumplir en esos lares. De las otras, quién sabe. Ya les contaré.

Chan chán. Nos vemos en marzo.

viernes, 9 de febrero de 2007

Esto no sale de aquí (Parte II)

En materia de hombres, la Carola siempre ha sido guata de tarro. Salvo algunas humildes excepciones llamadas pololos, sus conquistas de soltera son –por causas aún no aclaradas pero sí ampliamente debatidas- los infaltables “ni con diez piscolas”.

Si es cierto eso de que a nadie le falta Dios, la Carola hace tiempo se adjudicó el título de promotora oficial para tan divino manifiesto, cuidando que no quede alma masculina alguna sin el auspicio del Pulento. Es, amorosos, toda una versión moderna de Sor Teresa de Calcuta. Con ese himno celestial como estandarte, ha sabido barrer peñas, fondas y carretes universitarios de cuanto anfibio jugoso ha podido encontrar.

Ninguno de ellos, por cierto, se ha transformado en un príncipe azul.

¿Su defensa? “No importa el envoltorio, lo que vale es el muñeco”. De ahí que su total ausencia de requisitos estéticos para postular al sabanazo mute a una férrea exigencia a la hora de los quiubos. O cumples, o te vas. De ahí, también, su historia:

El de dónde lo sacó, no lo quiso contar. La apretamos sin pudores y le rellenamos el daiquiri afanosamente, pero no hubo caso: la Caro, tan deslenguada para sus narraciones, no soltó la pepa sobre el origen de su machote. Sí confesó lo que todas dábamos por supuesto: el susodicho no le llegaba ni a los talones a Adrián. Ni que fuéramos a sorprendernos con eso.

Salieron un par de veces y ella aterrizó en su morada. Finalmente, y tras un considerable período de sequía, iba a quitarse las ganas. Se desvistieron rápido y sin necesidad de previas. A esas alturas, lindos, a ella solo le interesaba el menequeteo. En dos segundos estaban en la cama, en actos plenamente reñidos con la moral y las buenas costumbres. Y en cinco minutos, la función se había acabado.

Con la tetera en plena ebullición y sin posibilidad de enfriarla, la Carola escuchó a regañadientes las disculpas de su seudo galán. Que los nervios, que me gustas tanto que no me aguanté, que te juro que a la próxima no pasa. Ella masculló un bueno ya y volvió a su casa a completar a manopla lo que él no había conseguido.

Dos días después, él visitaba su territorio. Por consideraciones humanitarias y carnales, la Carola había decidido darle otra oportunidad. Esta vez, lo abordó con calma. Nada de ahuyentar a la presa, amorosa. Rodaron a la cama. El contador marcó un minuto. Dos. Cinco. Ella respiró aliviada. Había traspasado la delgada línea roja. Tal vez este sí podría ser el partner sexual de turno, alcanzó a pensar antes de que él, al minuto diez, llegara a la meta. La de él, por supuesto.

Indignada, y más aún viendo su cara de satisfacción, explotó:

- Toma tus cosas y ándate.
- Pero ¿por qué?, ¿qué pasó?
- No te quiero más en mi casa, eres un egoísta en la cama. Duraste un estornudo.
- Tsss, que eres golosa.

Ante eso, su ira se expandió como hongo atómico. Tomó las prendas del vigoroso, y las tiró escalera abajo al primer piso. “Te vas”, le dijo sin chistar. Él no se tomó la molestia de discutir, y partió.

- Pero Carola, ¿no habrá sido mucho? O sea, diez minutos tampoco es tan terrible -alcancé a mediar a favor del desconocido adefesio.
- Soy una mujer que sabe lo que necesita, Marilú. Si alguna acá quiere a un amante “entre cinco y diez”, que levante la mano y yo se lo consigo.

Todavía nadie ha gritado ¡yo!

Mil perdones por la tardanza. Admito que los panes manoseados, los kuchenes silvestres, los asados al palo y la playita laguera me tienen abducidas del ciber espacio. Ahora me las emplumo a una zona sin conexión, pero vuelvo al mundo el próximo fin de semana.

lunes, 29 de enero de 2007

Esto no sale de aquí (Parte I)

Y dicen que las despedidas de solteras ABC1 son una lata. Que el vedetto no se saca el taparrabo, que las niñas se mueren del asco frente al meneo del travieso, que los regalos para la novia no son más osados que un uslero.

Las pinzas. Pregúntenle no más a Carlita Guatero cómo le quedó la micro carretera tras el huracán de rucias que recogió el sábado en Las Condes. Si pensó que por ser diez no más la cosa iba a ser pan comido, pues… ¡toma, cachito de goma!

Lástima que Carlis no se haya quedado para lo mejor: las historias de sexo “esto no sale de aquí” de las participantes. Las habría gozado, creo. Yo al menos supe estrujarme de la risa.

Aquí va una de mis preferidas:

Pato siempre le movió el piso a la Coté. Deportista, con facha de galán de cine gringo, y más canchero que un pavo real, no pasaba desapercibido en el colegio. Grandes y chicas morían por él. Por donde pasaba, dejaba una estela de baba femenina apozándose en el suelo, y bocas peligrosamente abiertas ante las moscas.

La Coté era su fan nº1. Se fijó en él en 5to básico, cuando Pato era de los bakanes de Primero Medio. A ojos de él, ella no era más que una niña enjuta de rodillas sobresalientes, que se ponía colorada si se lo topaba en los pasillos y que chillaba con sus amigas si Pato le dirigía la palabra. Para ella, en cambio, él lo era todo. El hombre que poblaba sus fantasías de pre púber y que la mantenía dibujando corazones e iniciales en sus cuadernos cuadriculados.

Por eso, la Coté lloró mocos y sangre cuando Pato egresó. Era el fin de los recreos en que se quedaba absorta mirándolo, viendo cómo chuteaba la pelota de fútbol. Habían pasado casi cuatro años, pero ella siempre se había mantenido fiel en su elección.

Supo por profesores y otros contactos que Pato había entrado a una universidad privada a estudiar Comercial. El recuerdo de él se esfumó de a poco, resucitando de vez en cuando con alguna noticia –el mundo es un pañuelo, lindos. Pololos vinieron, pololos siguieron, y con el tiempo la Coté egresó de arquitecta.

Entonces se encontró a Pato en una fiesta. Lo reconoció de inmediato, y la cuchara le saltó a mil otra vez. Estaba tanto o más rico que como lo recordaba. Esta vez, le conversó como una adulta y al final de la noche, él le pidió el teléfono.

A la semana siguiente, la Coté vestía pantalones, blusa y chaqueta nuevas. Las tenía todas para arrasar: maquillaje de salón, pelo de comercial, lencería de prostituta, actitud de winner. Pato llegó puntualísimo, exudando Carolina Herrera 212 y con más cancha que un estadio.

Antes de terminar la velada en Borde Río, ya se habían besado. La Coté estaba en el mejor de sus sueños y no iba a despertar hasta completarlo. Partieron al departamento de Pato. Como era de esperarse, el colmillo crecido de la Coté no estaba para aguantar más alargues. Atacó directo y caliente. Cada luz roja era sinónimo de lenguas y manoseos.

Llegaron al estacionamiento echando humito. Sin pensarlo, le abrió la camisa y lo besó largo y húmedo sobre el pecho. Bajó hasta su cinturón, y lo desabrochó. Él gemía por anticipado. Desabotonó el pantalón, y bajó el cierre. Lo que se sentía potente y duro sobre la ropa, lo era aún más en su mano. La Coté desenvainó y se acercó al miembro con la boca semi abierta. A mitad de camino, se detuvo. Un olor nauseabundo salía de la entrepierna de su galán. “Como roquefort podrido”, precisó en la despedida. Tuvo que aguantarse las arcadas.

Fin del sueño. La Coté soltó a su presa –literalmente-, y se bajó del auto con la blusa todavía desordenada. No se dio vuelta a esperar la reacción de Pato y, apenas pudo, detuvo un taxi y se devolvió a casa.

Chiquillos, por favor, ¡limpien bien sus gracias! El jabón no le hace daño a nadie.

sábado, 27 de enero de 2007

El hombre que yo amo

Estiro mi desnudez sobre la cama, y sonrío feliz. Boyfriend se encuentra a mi lado, también en cueros, riéndose solo y sudoroso. La botella de champaña está intacta, el agua del jacuzzi apenas ha subido de nivel, y el babydoll blanco y virginal no ha salido de mi cartera –bendita moda de bolsos grandes-. Nuestras prendas son trapos revueltos en la cocina, donde unos minutos atrás buscábamos copas para crear ambiente.

- Hace tiempo que no hacíamos esto- le digo con humor. El corazón todavía me palpita acelerado, y mis pezones se mantienen tensos.

- Hace exactamente cuatro días –puntualiza él con precisión científica, siguiéndome el juego-. ¡Me tenías con el agua cortada!

Suelto una carcajada sonora, de cantinera. Él gorjea una risa. Le tomo la mano y entrelazamos nuestros dedos, que laten al mismo ritmo.

En ese momento, Sr. Balón se aparece extrañamente por mi mente. Coletazos de tanto postear, tal vez. Hace mucho que ya no me importa, y hace mucho que lo dejé. Ahora es historia de humor, de happy hour, de reunión entre amiguis. Porque ahora tengo a Boyfriend, un hombre que es –perdonando el cliché a lo Myriam Hernández- lo mejor que me ha pasado.

Que, amorosos, es mío, mío, mío.