miércoles, 7 de marzo de 2007

Tócate para mí

Te miro desnudo sobre mi cama. La cubierta blanca está revuelta, salpicada de vellos oscuros que han caído de tus piernas, tu pecho, tus brazos. Sonríes con los ojos cerrados, una mano sobre tu abdomen enrojecido y palpitante. Todavía hay chispas de sudor en tu cuerpo y una mezcla de olores en el aire. Estuvo rico.

Me volteo para verte en detalle. Quedo apoyada sobre mi lado derecho. Debería hundir los abdominales para lucir sexy, tal vez, pero los propósitos son otros. Sonrío de tan solo pensarlo, con mariposas revoloteando como epilépticas en mis entrañas. Respiro y no me atrevo. Te miro otra vez, y estiro una mano para tironear suavemente esos pelitos que se enroscan en tu torso.

Eres rico, muy rico. Vuelvo a tomar aire, y ahora sí. Me gustaría ver cómo te tocas, te pido. ¿Hasta el final? Sí, hasta el final.

Entonces pasan los minutos y aguanto expectante. Hasta que una de tus manos baja, y comienza el juego suave, muy suave. Mientras, trato de retener los ritmos e intensidades que te han erguido y entrecortan tu respiración. Quiero dejarte solo, pero un conocido calor empieza a hormiguear por esa zona que llaman bajo vientre. Te beso en el cuello y en el lóbulo de la oreja. Con esfuerzo mantengo las caricias en el pecho y no más allá.

De reojo, no me pierdo tus movimientos. Ahora son más rápidos y firmes, con breves pausas en que oprimes cuidadoso. Me tengo que aguantar los gemidos que salen de tu boca.

Terminas.

Nos miramos. Tú me miras y te ríes: Después te va a tocar a ti.

viernes, 2 de marzo de 2007

Póngale nombre

No solo volví bronceada y con así la vena de mi viaje con las niñas. Llegué a suelo chileno con el sobrepeso de una pregunta surgida durante los primeros días de arena y sol, y que ya amenazaba con transformarse en duda existencial. Por eso, apenas salió humo blanco del reencuentro con Boyfriend, solté la papa que me estaba quemando los sesos hacía rato:

“Bueno, y entonces, ¿cómo vamos a bautizarlo?”

Porque resulta que al bendito también hay que ponerle nombre, amorosos. Me enteré de la gracia en plena cultura chupística, cuando una –parece que fui yo- sugirió un “calificativos con que se conoce al pene, como por ejemplo, pene”. La lista es larga y sabida: pico, pichula, pichulón, callampa, miembro, el niño, tula, dedo 21, soldado, pinga, verga, obelisco –apodo que me vetaron injustificadamente-, hongo atómico, el cóndor, y otros tantos que pasaron raudos por nuestras boquitas de princesas. Hasta que las ideas se pusieron borrosas con el alcohol y la Xime se atrincheró en su intimidad:

- Bob.
- ¿Bob? Sale, qué chamullenta.
- Así le digo yo cuando estoy con Diego.
- ¿Bob, por Bob Esponja? ¿Le dices así por lo blando?
- Qué te ríes, si es de lo más normal ponerle nombre. Te da más intimidad.

En vistas de la intimidad, entonces, es que hemos comenzado una ardua búsqueda para bautizar al regalón. De momento, solo tenemos descartes. Y es que me niego rotundamente a ponerle Rogger, in memoriam al conejo de infancia de Boyfriend. Está bien jugar a las metáforas, pero imaginarme en pleno acto a un orejudo ingresando a su cueva, nones. Por extensión también quedan fuera de ronda Lano, el gusano, o Sansón, el culebrón. Cualquier otro aporte es bienvenido e ingresa automáticamente a la lista de posibilidades.

De paso, la niña también recibirá su mote de rigor. Un alias independiente, y no sujeto a su partner masculino. El poco asertivo “Bobita” con que Diego bautizó a la sonrisa vertical de mi amiga no es ejemplo a seguir, lindos. La vulva tiene sus propios derechos, entre ellos, un nombre propio y digno.

Así es que chiquillos y chiquillas, los invito a ser parte de este rito bautismal.