Real life porn
El sexo a veces puede ser como una película porno.
Hay, eso sí, que tener la altura de miras suficiente para descartar las tramas surrealistas. Porque no conozco a una sola mujer que se haya topado con un repartidor de pizzas recién horneado, dispuesto a hacerle el favor justo el día en que ella andaba cachonda, hambrienta y depilada a lo mohicano.
Seamos realistas, pues. La depilación más común es un modesto rebaje.
Ahora, de que hay sexo triple equis en la vida real, lo hay. Y a veces pasa que una es la protagonista. Lo sé porque hoy inauguré el verano con una ronda de lo más jot.
Algo había de previsible en la propuesta que me hizo Boyfriend esta mañana. Almorzar juntos en mi tugurio cuando la nana no está, es para mal pensar. O mi mente es muy alcantarilla, no lo sé. Solo me limité a poner la mejor de mis sonrisas y escaparme apenas pude de la pega para aderezar las ensaladas y esperarlo con cubierto en mano. Literalmente.
A los pocos minutos las lechugas habían pasado a mejor vida, y la siesta -sí, ahora le dicen siesta- era imperativa. Acalorados y tendidos, las prendas pronto volaron. Había que cucharear el postre. Sus manos en mis caderas, sus labios en mi cuello y el suave vaivén subieron de tono y de temperatura. Al rato me encontré en cuatro, dando rienda suelta a mis gemidos, sintiendo su jadeo en mi oído y su pene calar hondo una y otra vez.
Rodamos y quedó arriba, muy vintage. Pronto giramos y dominé yo. Entonces vino el desenfreno. No bastaba su fuerza para moverme, ni las nalgadas que me propinaba, ni el roce de lo suyo con lo mío. Humedecí una de mis manos con mi lengua, y la llevé hacia mi clítoris. Mojé los dedos de mi mano restante, y con ella recorrí mi cuerpo, mis pezones, mis aureolas.
Entonces, mi campo visual se inquietó. Giré apenas la cabeza hacia la ventana con la cortina abierta, y sentí la mirada penetrante de los maestros de la vereda del frente. Aunque nos separaban cuatro pisos, no había duda que estaban observándonos. La sola idea me estimuló. Los imaginé erectos, casi adoloridos de excitación. Supe que al volver por la tarde a sus casas, se masturbarían o amarían salvajemente a sus parejas pensando en nuestra exhibición. Boyfriend aumentó su carga. Me toqué con ansias.
Y me vine.
En el trabajo y durante toda la tarde, mis revoluciones han permanecido altas. Mi entrepierna palpita continuo, y mis pezones se mantienen erguidos a pesar de los treinta grados navideños. Si no me toca de nuevo esta noche, tendré que aplicarme solita. Pero así como estoy, no me quedo.
Hay, eso sí, que tener la altura de miras suficiente para descartar las tramas surrealistas. Porque no conozco a una sola mujer que se haya topado con un repartidor de pizzas recién horneado, dispuesto a hacerle el favor justo el día en que ella andaba cachonda, hambrienta y depilada a lo mohicano.
Seamos realistas, pues. La depilación más común es un modesto rebaje.
Ahora, de que hay sexo triple equis en la vida real, lo hay. Y a veces pasa que una es la protagonista. Lo sé porque hoy inauguré el verano con una ronda de lo más jot.
Algo había de previsible en la propuesta que me hizo Boyfriend esta mañana. Almorzar juntos en mi tugurio cuando la nana no está, es para mal pensar. O mi mente es muy alcantarilla, no lo sé. Solo me limité a poner la mejor de mis sonrisas y escaparme apenas pude de la pega para aderezar las ensaladas y esperarlo con cubierto en mano. Literalmente.
A los pocos minutos las lechugas habían pasado a mejor vida, y la siesta -sí, ahora le dicen siesta- era imperativa. Acalorados y tendidos, las prendas pronto volaron. Había que cucharear el postre. Sus manos en mis caderas, sus labios en mi cuello y el suave vaivén subieron de tono y de temperatura. Al rato me encontré en cuatro, dando rienda suelta a mis gemidos, sintiendo su jadeo en mi oído y su pene calar hondo una y otra vez.
Rodamos y quedó arriba, muy vintage. Pronto giramos y dominé yo. Entonces vino el desenfreno. No bastaba su fuerza para moverme, ni las nalgadas que me propinaba, ni el roce de lo suyo con lo mío. Humedecí una de mis manos con mi lengua, y la llevé hacia mi clítoris. Mojé los dedos de mi mano restante, y con ella recorrí mi cuerpo, mis pezones, mis aureolas.
Entonces, mi campo visual se inquietó. Giré apenas la cabeza hacia la ventana con la cortina abierta, y sentí la mirada penetrante de los maestros de la vereda del frente. Aunque nos separaban cuatro pisos, no había duda que estaban observándonos. La sola idea me estimuló. Los imaginé erectos, casi adoloridos de excitación. Supe que al volver por la tarde a sus casas, se masturbarían o amarían salvajemente a sus parejas pensando en nuestra exhibición. Boyfriend aumentó su carga. Me toqué con ansias.
Y me vine.
En el trabajo y durante toda la tarde, mis revoluciones han permanecido altas. Mi entrepierna palpita continuo, y mis pezones se mantienen erguidos a pesar de los treinta grados navideños. Si no me toca de nuevo esta noche, tendré que aplicarme solita. Pero así como estoy, no me quedo.
1 comentario:
Que envidia, si las minas fueran todas así, el porcentaje de infidelidades en este país sería inversamente proporcional al número de moteles.
Sana envidia. De verdad.
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