En materia de hombres, la Carola siempre ha sido guata de tarro. Salvo algunas humildes excepciones llamadas pololos, sus conquistas de soltera son –por causas aún no aclaradas pero sí ampliamente debatidas- los infaltables “ni con diez piscolas”.
Si es cierto eso de que a nadie le falta Dios, la Carola hace tiempo se adjudicó el título de promotora oficial para tan divino manifiesto, cuidando que no quede alma masculina alguna sin el auspicio del Pulento. Es, amorosos, toda una versión moderna de Sor Teresa de Calcuta. Con ese himno celestial como estandarte, ha sabido barrer peñas, fondas y carretes universitarios de cuanto anfibio jugoso ha podido encontrar.
Ninguno de ellos, por cierto, se ha transformado en un príncipe azul.
¿Su defensa? “No importa el envoltorio, lo que vale es el muñeco”. De ahí que su total ausencia de requisitos estéticos para postular al sabanazo mute a una férrea exigencia a la hora de los quiubos. O cumples, o te vas. De ahí, también, su historia:
El de dónde lo sacó, no lo quiso contar. La apretamos sin pudores y le rellenamos el daiquiri afanosamente, pero no hubo caso: la Caro, tan deslenguada para sus narraciones, no soltó la pepa sobre el origen de su machote. Sí confesó lo que todas dábamos por supuesto: el susodicho no le llegaba ni a los talones a Adrián. Ni que fuéramos a sorprendernos con eso.
Salieron un par de veces y ella aterrizó en su morada. Finalmente, y tras un considerable período de sequía, iba a quitarse las ganas. Se desvistieron rápido y sin necesidad de previas. A esas alturas, lindos, a ella solo le interesaba el menequeteo. En dos segundos estaban en la cama, en actos plenamente reñidos con la moral y las buenas costumbres. Y en cinco minutos, la función se había acabado.
Con la tetera en plena ebullición y sin posibilidad de enfriarla, la Carola escuchó a regañadientes las disculpas de su seudo galán. Que los nervios, que me gustas tanto que no me aguanté, que te juro que a la próxima no pasa. Ella masculló un bueno ya y volvió a su casa a completar a manopla lo que él no había conseguido.
Dos días después, él visitaba su territorio. Por consideraciones humanitarias y carnales, la Carola había decidido darle otra oportunidad. Esta vez, lo abordó con calma. Nada de ahuyentar a la presa, amorosa. Rodaron a la cama. El contador marcó un minuto. Dos. Cinco. Ella respiró aliviada. Había traspasado la delgada línea roja. Tal vez este sí podría ser el partner sexual de turno, alcanzó a pensar antes de que él, al minuto diez, llegara a la meta. La de él, por supuesto.
Indignada, y más aún viendo su cara de satisfacción, explotó:
- Toma tus cosas y ándate.
- Pero ¿por qué?, ¿qué pasó?
- No te quiero más en mi casa, eres un egoísta en la cama. Duraste un estornudo.
- Tsss, que eres golosa.
Ante eso, su ira se expandió como hongo atómico. Tomó las prendas del vigoroso, y las tiró escalera abajo al primer piso. “Te vas”, le dijo sin chistar. Él no se tomó la molestia de discutir, y partió.
- Pero Carola, ¿no habrá sido mucho? O sea, diez minutos tampoco es tan terrible -alcancé a mediar a favor del desconocido adefesio.
- Soy una mujer que sabe lo que necesita, Marilú. Si alguna acá quiere a un amante “entre cinco y diez”, que levante la mano y yo se lo consigo.
Todavía nadie ha gritado ¡yo!
Mil perdones por la tardanza. Admito que los panes manoseados, los kuchenes silvestres, los asados al palo y la playita laguera me tienen abducidas del ciber espacio. Ahora me las emplumo a una zona sin conexión, pero vuelvo al mundo el próximo fin de semana.